Yanelys Encinosa Cabrera
La inocencia desvencijada (des)dibuja su impotencia ante el espejo. (De)construye la historia de dos ciudades: la que se mira ante el cristal y la que este juzga en respuesta a la imagen. La verdadera historia de las Kitties de la poeta mexicana Jocelyn Pantoja, cuaderno de poesía publicado por ediciones Honda Nómada en el 2010, se disfraza en forma y motivo de literatura para niños, pero en esencia rebasa la envoltura de las edades al destilar un tinte luctuoso y ácido, que deshaga todo maquillaje, pues precisa desenmascarar la violencia y la esquela de muerte que sacude la médula del continente americano.
Desde el título se juega con la Historia (con mayúscula), la noción de “verdadera” anuncia el desmontaje, relectura y reconstrucción de lo habitual conocido. En el primer episodio de la serie de cortometrajes animados de Piolín, filmados en 1942 por Bob Camplett, el título A Tale of two Kitties es una parodia de La Historia de dos ciudades de Charles Dickens. Esta alusión paródica a Dickens del animado puede ayudar a leer el cuaderno de Jocelyn, aunque la cercanía entre los referentes sea más incidental que de una intencionada intertextualidad. El motivo de las Kitties del cine para niños es vestidura lúdica, cobertura cuasipueril de un asunto serio, adulto, más emparentado en su esencia a los móviles de Dickens. Las dos citties que el novelista inglés desnuda en su obra, París y Londres, son escudriñadas desde las entrañas de la Revolución Francesa en plena vida del siglo xviii para revelar el convulso clima revolucionario y denunciar las sangrientas ejecuciones y el aumento diario del número de víctimas por los crímenes violentos que generaba tal proceso.
También de la producción para niños, también de Inglaterra, acaso patrón de Occidente, asoma en el cuaderno de la poeta mexicana otro Charles de la literatura inglesa, el que bajo el pseudónimo de Lewis Carrol inmortalizó a Alicia. Los exergos con citas de Alicia a través del espejo, con los que se abre el libro y se cierra en los dos poemas finales confieren un sentido empastado de circularidad y aportan coherencia al conjunto: el espejo de Carroll, citado al inicio y al final, es el hilo unitivo que cohesiona cada poema y lo conecta con los demás. Es el espejo quien media entre las dos ciudades, como vehículo de deconstrucción, de desmontaje.
Kitty, el personaje que se busca en el espejo es un fetiche sin historia que el mercado ha colocado en el terreno de ventas para niños, figurilla comerciable desprovista de argumentos que justifiquen el interés de la compra. A diferencia de muchos personajes del cine para niños insertados en el mercado que provienen de las animaciones de Waltt Disney, las Kitties adolecen de tramas y referentes pues no cuentan con una historia base que justifique su atractivo comercial. Cuando Jocelyn propone construir una historia “verdadera” para este personaje, está rozando lindes que trascienden el terreno infantil. Juega a cuestionar los modos capitalistas de dominio y manipulación de mercado. Con tono político, irónico, luctuoso pretende denunciar los soportes del capitalismo, sostenido por el dolor, la alienación y la violencia hacia el interior de Latinoamérica.
La historia que hilvana el diálogo de Kitty y su reflejo es una reconstrucción de la historia americana, de aquella América sacudida por la violencia que acarrean los modos capitalistas de producción. Como desde un observatorio la mirada se mueve desde México hacia el norte y luego desciende de centro a sur, hacia la cordillera y hacia el Caribe, pues Kitty transmuta en citty, su traje de gatita pueril se transforma en ciudad adolorida, el rosa de las vestiduras de Kitty se tiñe en estos poemas del rojo sangriento de la muerte en las ciudades americanas. Cada paisaje recorrido, cada historia nacional del continente ha sido subvertida desde semejantes pérdidas, pues las aúna la triste coincidencia del terror, las drogas y la violencia del capitalismo. No es casual que falten en estas páginas Cuba y Venezuela: el silencio marca la diferencia.
Por ser el reflejo más visceral para la poeta el poema dedicado a la mirada de México destila pesimismo y desconcierto, incisivo cuestionamiento de la historia patria, desde las quebraduras de su legado político y sociocultural. Jocelyn bebe de nutricios afluentes de la cultura mexicana, pero llegan a estos tiempos desabridos, descoloridos por la pérdida, por la devaluación que impone el régimen del capital. Se lee la historia y se actualiza. Recupera la música, la poesía, la plástica, la religión desde el actual contexto político de su país, sacudido por el crimen y la violencia, por la corrupción del poder, el bandidaje, los abusos sexuales a niños y mujeres, las macanas de la última plaga los policías PFP. La muerte que inunda obliga a estas lecturas desperanzadas. Por ello como quien llora un bolero mexicano el México mío, lindo, ahora es a veces querido, otras odiado, la princesa triste de Darío está desnuda y desnutrida como sus hermanas, y las plumas del quetzal se quiebran en la voz de tu mediocre sueño de surrealismo. Es una elegía a la pérdida de la cultura mexicana, antaño prolífica, aplastada ahora por la pseudoculturas del mercado: como algodones de azúcar cocinándose en las esquinas igual que la pobreza es tu folklor.
Disfrazado de inocente juego, de diálogo pueril con las nuevas realidades del espejo, la palabra amordaza un desagravio. La perversión de un gato a rayas, protoburgués compañero de Alicia, símbolo de dobleces y fingimientos victorianos, se repite hoy en América con el rosa del fetiche o rojo sangre de una gatita de mercado. Acaso porque Carrol avizoró como Dickens en Londres y París, el principio de este fin que ahora padecemos.
La Habana,18 de febrero de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario