viernes, 21 de agosto de 2009

Los devras, segunda promesa cumplida.

Es cierto  cuando conocí a los devras  me sentí terriblemente vieja, pero eso fue únicamente porque me dí cuenta que la tecnología pasó rápidamente y efectivamente convirtió un cassete en un objeto arqueológico y a un tsurú 98  en la equivalencia (en un poema de Eduardo de Gortari) a  un antiquísimo vehículo congelado y capaz de evocar nostalgias.  Eso ya es un hito.

Paraíso en llamas está más lleno de esos momentos, en la particularidad de cada uno de sus autores, no es una antología y si más bien un libro colectivo,  de ahí partió la idea y en eso se convirtió. Andrés Marquez en su presentación  señala "en este Paraíso en llamas vamos encontrar un dossier considerable donde se encuentran las palabras para llenar la oquedad, la búsqueda de esa luz nebulosa y distante que es punto de fuga de nuestra alma. Es poesía de golpe que mueve y conmueve al lector desde lo poético, lo amoroso y lo salvífico".

Hago un repaso rápido de los temas, de tres de  los poetas, que más me interesan de este libro colectivo:

Canciones descompuestas por fertilidad asfáltica de Eliud Delgado evoca imágenes citadinas con sus cadáveres funcionales, domingos de encierro frente al televisor y la  convocatoria al canto y a saltar a la calle, en ellos la pausa y la velocidad y la nostalgia de la ausencia de un interlocutor que se pierde en un rompecabezas y luego encuentro un bufón frente al espejo al cual finalmente se le ataca. Efectivamente Singles  convoca a la nostalgia de tardes tormentosas, de cosas perdidas, quizá la inocencia que se pierde al mirar al mundo cruda y detenidamente.  Daniel Malpica en Paréntesis, se detiene a dialogar con el sendero, con las hojas y nos regala el silencio que es necesario en lo no dicho, en lo paréntetico y posible de una pregunta.

Hago ahora una revisión de las poéticas más potentes de este libro colectivo:

1. Yaxkin Melchy: Una primera tarde de un octubre, hoy lejano, un chico amaneció en mi sillón, después me dejó un engargolado rojo. Lo abrí, y me quedé sorprendida, unas ciudades electro domésticas contenían todo un mundo increíble y estaban en un frasco de mermelada, la verdad, me dije  ¡órale! Esto sí está cabrón, cerré el manuscrito y ahora veo aviones, niños Andrómeda, y estrellas en todos los espacios en los que él sigue poniendo sus ojos.

2. Aurelio Meza: Me costó mucho trabajo comprender la necesidad de cosas tan “aparentemente” lógicas, los encuentros y desencuentros con lecturas de hace muchos siglos y su reescritura en un espacio contemporáneo, leí Sakura, y me quería deslizar en la textura del rojo que imprimé un otoño, después comprendí que hay voces que tardan en ser comprendidas y relojes de tiempo que tienen otros ciclos, mientras los ojos preciosos de un venado persigue la verdad.

3. Iván Ortega: Nunca me gustaron los gatos, pero los gestos que traslucen las letras de un muchacho hiperactivo mentalmente, ende disperso, me hacen simpatizar con las sonrisas más inútiles.

Hago ahora una apuesta por dos voces sinceras de este libro colectivo:

Luis Arce: más allá de la postura o impostura: una voz nítida que mira su espacio en el mundo y sitúa las cosas.

José Manuel Serrano: Una voz de  espacios y pausas concretos, anchas alas que cruzan los pasos y el aire.

Apunto que esto es simplemente una intuición de lectora, editora, que en realidad todos son buenos poetas.

Hay injusticia en los juicios de valor que opuso Luis Felipe Fabre en un artículo publicado en el blog de Letras Libres, cito: El hecho es que los devras andan en eso. Construyendo una retórica juvenil (con los lugares comunes que ésta conlleva pero también con sus hallazgos) que oscila entre la esperanza y la nostalgia (ah, y también hacen esténciles poéticos), cosa que por otra parte me parece de lo más saludable en un contexto literario donde, salvo excepciones, los poemas suelen parecer escritos por viejitos franceses.

1.     No todos hacen esténciles poéticos

2.     Es  cierto los devras están en eso en la construcción de poéticas personalísimas y frescas.

3.     Los lugares comunes son propios de todo el que empieza, pero los hallazgos deberían tener el énfasis.

Y aquí hay varios importantes:

1.     Parten de una necesidad auténtica y en su obra la palabra es la que se opone al vacío.

2.     Las palabras sencillas el lenguaje directo, el desenfado cuidadoso.

3.     La imagen instantánea con la posibilidad de reconstrucción de un momento.

4.     Sí existe una nostalgia adelantada quizá sea que hoy el mundo es más efímero, menos reflexivo y en está velocidad permanente del desvarío de las palabras huecas ellos desafían lo superfluo de la palabra para crear metáforas.  

A su favor tienen varios puntos, no se encerraron en una carrera personalísima, costumbre que destaca en el sistema literario mexicano, se reunieron, dialogaron se leyeron, tallerearón  antes y después de escribir.  Y lo que sucede es que esa nostalgia y también esa esperanza es lo que hacía falta. El sistema literario mexicano basa su crítica literaria en el silencio y la indiferencia, en la poca seriedad y honestidad con la que se revisan o critican los trabajos de los otros. El mismo artículo al que refiero es una suerte de atado anecdótico que caracteriza y funda una comparación injusta , por qué molesta que los jóvenes se reúnan entorno a la lectura y la creación y no anden de “emos”. Quizá porque generaciones precedentes fueron más egoístas, menos solidarias y por supuesto menos activas y creativas en sus formas, quedaron petrificadas en el papel envejecidas jóvenes  en los catálogos de los jóvenes creadores, y con un público lector que se compone por la inmensa minoría de los lectores de poesía.

El tiempo juzgará y ubicará la obra de los devras, en su dimensión, no debería ofender a nadie que tengan la seriedad y el valor de leer y leerse, de ser ellos. En mi opinión personal la  diferencia entre la buena y la mala poesía es que la mala es una impostura y la buena es simplemente la que funda su punto de partida en la honestidad, la que está en la medida de las fuerzas y posibilidades de su autor, la que revela esas otras opciones de una emoción, la que logra traslucir y recrear una tarde, un hastío o un diálogo con la hoja.

Ardamos en la llamas del paraíso solamente para convencernos de que la única opción de este siglo XXI es la reivindicación de la vitalidad en todas sus formas. Vivir es lo único que demostrará nuestro paso por esta última catástrofe y es en sí el más alto gesto de amor. ¡Larga vida pues a nuestros devras! Anótese que al final la que suscribe estas líneas ha dejado la suficiente distancia del tiempo para reconocer:

a.    Que no son muchachitos ensayando a ser poetas, sino poetas

b.    Que el tiempo como el amor lo devora todo.

c.     Que en lo individual y en lo colectivo, ellos como yo aman la poesía del “momento”.

 

 

 

 

 

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