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No tendría que ser un secreto para nadie que un escritor se
alimenta de su vida. El asunto está en qué puede trasmitir más allá de ello y
cómo logra transformar esa experiencia en algo ético y estético. Ambar Past nos
entrega en
Munda, primera Munda
(Editorial 2.0.1.3): una trasmutación. Ambar hace alquimia con las palabras y
de ese modo logra que su recorrido vital nos regrese como un camino mágico en
donde los mundos de varios momentos se cruzan y nos encuentran con esos otros
que somos en realidad frente al espejo. Aquí no es lo que es, ni lo que
debería, si no las posibilidades alternas de mundos emocionales y por ellos
paralelos, universos que funcionan con su lógica particular de pequeñas
deidades interiores. Sí aquí se trata de una escritura chamánica que en vuelos
de águila nos devuelve el panorama amplio del trayecto y su vuelo. Aquí se
trata de guías, y auxilios de plantas
y
animales que nos prestan su espíritu para echar un vistazo más allá de nuestro
plano binario, mucho más allá, o quizá debería decir, más aquí donde nuestra
madre tierra todavía aguarda por nuestras respuestas. Sin embargo, como en todo
mundo, en la escritura de este primer trazo del trayecto hay más; asuntos más
terrenales, que igualmente procuran devolvernos otra mirada sobre la realidad,
por ejemplo los asuntos de frontera o de migración, pero más bien
de la suerte de quién decide escoger su
tierra,
del que se arraiga sabiendo que
en este mundo de confrontaciones, siempre eres extranjero si optas por la paz.
Ámbar ha venido construyendo un estilo propio, directo, descarnado falsas
retóricas, rasgos que hacen de su literatura un “manantial”, pues de ella puede
abrevarse palabras honestas que desentrañan la cotidiana hipocresía de la realidad,
llevándonos a
Munda o quizá el reverso de la moneda de esto que
llamamos mundo.
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